lunes, noviembre 25, 2013

rehabilitación

El peso de su rodilla en la camilla, apoyada para coger fuerza y estirar mi músculo enredado y dolido.
La forma de presionar mi columna, con golpecitos rítmicos.
La manera en que el masaje acababa sobrevolando las plantas de mis pies, luego rozando el contorno de mi nuca.
Mis ganas de hacer ruido, un jadeo, pero ni siquiera suspirar. Aguantarme.
La tensión de nuestro silencio, rota por la voz de otros pacientes, por el gemido de la correa de unas pesas que se tensa.
Su manera levemente bizca de mirarme, su forma de preguntarme: ¿te duele?
Saber que no hay nada detrás de todo esto tan sutil, tan intenso. Sólo las sensaciones, como pinchacitos rejuvenecedores, picotazos leves de pajaritos pícaros, que ni hacen daño ni malpiensan, solamente agitan el aire con sus alas para que todo empiece a levantar vuelo nuevamente.