domingo, abril 28, 2013

el postre (microrrelato)

El postre se puso en huelga de hambre. Presentó un recurso al maître, algo como una suplicación escrita a mano en los bordes de las hojas de un menú, mezcla de tecnicismos legales y palabritas lacrimógenas. Un alegato que el postre declamó delante de todo el restaurante: que estaba harto de ser todos los días el último de la lista, que tenía la glucosa alta, que la luz de la nevera encendiéndose y apagándose a cada rato no lo dejaba dormir, que a él le iba más lo salado.
No había forma de sacarlo de su extraño encaprichamiento. Gritaba y salpicaba nata para todos lados llamando a su abogado.
Un camarero lo reintegró rápidamente a la nevera, amenazándolo con que cambiara su actitud o pasaría un muy largo plazo de tiempo en el congelador: la peor celda de castigo para un postre, rodeado de croquetas y muslitos de pollo helados.

miércoles, abril 24, 2013

"no se le entendía nada, pero hablaba"

Un fragmento de un libro para niños, que leí en italiano (luego descubrí que el libro enterito está en castellano, abajo copio traducción).

Ci sono foreste-isola, foreste-montagna e foreste-trampolino. In ogni foresta, è chiaro, c'è un lupo. E ci sono anche un alce e un caribú.
Il lupo passa le sue giornate a rincorrerli, fino a che li raggiunge e se li mangia. Allora va in cerca di un'altra foresta.
In questa foresta però non c'erano né alce né caribí, ma céra un albero in cima a una collina. Un albero che non era come gli altri: parlava. Non si capiva nulla di quello che diceva, ma parlava.
- Non avevo mai visto un albero così poco albero- disse i lupo.


Hay selvas-isla, selvas-montaña y selvas-trampolín. En cada selva, claro, hay un lobo. También hay un alce y un caribú. El lobo se pasa los días corriendo tras ellos, hasta que los alcanza y se los come. Entonces busca otra selva.
En esta selva no había lobo ni alce ni caribú, pero tenía un árbol en lo alto de una colina. Un árbol que no era como los demás: hablaba. No se le entendía nada, pero hablaba.
—Nunca había visto un árbol tan poco árbol –dijo el lobo.


Un árbol tan poco árbol. Miguel A. Pérez Arteaga

lunes, abril 22, 2013

muy antiguo

Cambio de estación

Este clima nos está tomando el pelo. De pronto (de repente, casi sin darnos cuenta) el sol salpica todas las paredes, entra, perfora el aire, atraviesa el humo de los cigarrillos. Y el aire huele a materia espesa, entra por la nariz como una tela, una cortina que intentamos atravesar y no se puede. Entonces abrimos las ventanas, nos queremos creer que ya está aquí la primavera tibia, nos dejamos invadir sin pensarlo por una luz que siempre es la luz de otros tiempos, de otros sueños. Y cuando ya estamos instalados en el pleno placer de haber salido, de haber dejado atrás el útero que el invierno nos teje con sus manos tan frías, cuando creemos que siempre, siempre, siempre al abrir la ventana habrá un sol dándonos en los ojos, cuando estamos convencidos de que por fin vivir es andar con la piel tan expuesta sin peligros de mocos o de fiebre, cuando bajamos la guardia y las maletas del armario para cambiar la ropa como si todo se cambiara con ella, cuando todo eso ocurre y salimos de la cueva con los poros abiertos como múltiples ojos que esperan verlo todo, de pronto, el almanaque cae al suelo, sus hojas se retuercen como un animal envenenado y pese a que intentamos atraparlo en el aire, es imposible, se ha dejado caer como un pájaro y los días y los meses se mezclan en una orgía aritmética confusa y cuando conseguimos colgarlo de la pared de nuevo, descubrimos que es marzo, que es invierno, que aquellos que corren bajo el sol en un campo (y que somos nosotros, como huyendo) deben volver cada uno a su cuerpo, fantasmas perdonados de muerte, antes de que la noche caiga sobre ellos (sobre nosotros mismos, es decir) antes de que el frío y una lluvia muy tenue se instalen otra vez, porque es invierno, porque nos han tomado el pelo, porque todavía falta para el tiempo sin tiempo, porque nos hemos dado demasiada prisa por salir de nosotros, de nuestra cueva hermética de hielo, sin saber que este sol sólo ha sido una prueba, una falsa alarma, una trampa del cielo en la que hemos caído, como cae la noche más negra en esta tarde.

domingo, abril 21, 2013

esperando a godot

Aprender a gestionar el desconsuelo como se aprende a tejer o a vivir, con paciencia, cuidado, errores, puntos saltados de heridas mal cerradas (o de jerseys de rayas rojos), que luego, acaso, volverán a cicatrizarse.
Aprender a escarbar sin ansiedad en la propia carne, despacito, sin rasguñar, sin herir, sólo por ver, sólo por intuir una respuesta que nunca llegará.
Aprender a respirar antes de llorar (y después llorar, también).
Aprender a dejar de esperar, abrir la mano, desatar el ancla, soltar el globo (que tiene que levantar vida, vuelo propio) cerrar los ojos y abrirlos y que en este único escenario posible (el que supimos construir) quede sólo un árbol solo, dos personas y la (siempre presente) certeza de lo inasible.

viernes, abril 12, 2013

ranas

Llovió y llovió tanto aquí en el campo, que de un día para otro crecieron cientos de ranas en las macetas y en los aleros. Por la noche cantan invocando al amor o a más lluvia (que parece que siguió de viaje, finalmente).
Dicen los que saben que hay que regarlas abundantemente día por medio y contarles cuentos en los que no salgan ni sapos ni princesas para dormirlas.

jueves, abril 04, 2013

microrrelato antiguo

Mejor el dragón que mamá. El dragón aparece cuando lo deseo. Mamá siempre está en otro lado. El dragón tiene la voz de Jack Nicholson y bebe chupitos de agua aunque le hice creer que son tequila. Mamá bebe chupitos de tequila, aunque yo quisiera que fueran de agua. Mamá tiene las manos frías y ese delantal de plástico en el que todo resbala. El dragón me calienta con su llama cuando lo meto debajo de las sábanas. Y a veces me deja que lo abrace pero sin que nadie nos vea. No quiere que lo confundan con un peluche.