martes, marzo 12, 2013

incomunicarse

Ella se comunicaba por telepatía o con entrelíneas.
A veces hacía entrelíneas telepáticos y era un lío porque en el revuelo se enredaban las líneas en medio de la nada telepática y el no discurso parecía una sopa de letras sin letras, un pentagrama sin notas, enmarañado en sí mismo como los auriculares de un móvil.
No era fácil entenderse si no sabías telepatía y mucho menos si no leías entrelíneas.
Para leer entre líneas hay que usar guantes de cirujano: separar dos (o más) líneas con mucha delicadeza y meter la cabeza dentro para pescar alguna palabra que cuelgue por ahí.
Hay que sacar la palabra a la luz como en un parto y luego ir en busca de otras palabras e hilvanarlas (sin confundir el orden o el sentido) y así todo el día, cada día, todos los días, es algo bastante trabajoso.
La telepatía tampoco es más fácil. Lo parece porque tiene más mística, pero comunicarse telepáticamente invita casi siempre al malentendido.
A veces te llegan los mensajes telepáticos pero al no hacer ningún ruido como los móviles, pueden pasar de largo y se van a otra cabeza que tal vez ni esperaba recibirlos.
A veces los recibes de golpe, porque los mensajes telepáticos aterrizan como un pato sobre la mesa del desayuno y se tropiezan y se revuelven y tiran el azúcar y al final tampoco entiendes nada.
La comunicación se hacía complicada de esta manera porque, después de todo, lo que iba creciendo entre ella y tú era un silencio que tú te empeñabas estúpida y ciegamente en llenar de palabras pronunciadas, mientras ella, como si cavara un pozo con una enorme y pesada pala, sólo se empeñaba en arrojarlas bien lejos, donde no picaran. Así era: las palabras que tú habías puesto dentro del silencio, ella las sacaba fuera para que el silencio fuera un agujero negro infinito dentro del que caerse las dos.
Dentro de ese doloroso agujero, ella insistía en comunicarse por telepatía o con entrelíneas. Pero con tanta oscuridad era imposible entenderse.