lunes, marzo 28, 2011

juego

A los dos años sabía pronunciar a la perfección las palabras abracadabra y ornitorrinco. A los dos y medio recitaba trabalenguas trabajosos para deleite de padres y amigos: maría chucena techaba su choza. A los tres, no se me resistían ni los clásicos: tenía con las palabras un don parecido a la telequinesis o a los malabarismos con puñales.
Sin embargo, a esta edad a la que arribé sin banderas ni mapas, he perdido el sentido del lenguaje, como un recién llegado a un país viejo. Nombro pero no digo. Escribo pero no mancho.
Siento dentro del pecho el murmullo de lo que no se dice, una ciudad habitada por el vocabulario del miedo. Palabras amordazadas como perros atados, una bomba que tiene que explotar y no explota.