viernes, enero 15, 2010

exilios

Cuando mi madre se despide de Laura en el aeropuerto, se sube a un coche al que no quisiera subir y regresa a una casa a la que no quisiera regresar.
Los exilios tienen tantas formas como la distancia o el tiempo y uno puede ser un inmigrante en su propia casa habiendo dejado pasar veinte años esperando a Godot como quien espera que hierva el agua.
Llegado el día en que descubrimos las infranqueables fronteras que hemos construído, cómo ser piadoso con uno mismo, cómo no torturarse mirando hacia atrás. Me pregunto cómo saber, hoy, que los pasos que damos son los pasos que dejarán unas huellas que luego podremos mirar sin nostalgia por las que no dejamos.
Me pregunto también, qué ve mi madre cuando mira hacia atrás, cuando baja del coche y, sin haberse movido del sitio, ni haber levantado vuelo, entra en su exilio de entrecasa, habla un idioma que nadie comprende.
Supongo que tal vez se trate de no dejar de estar en (des)equilibrio entre vivir el presente como si no hubiera más, y a la vez no perder de vista que cuando lleguemos a destino, nuestro pasaporte tendrá las marcas de los visados que nos hemos dejado poner sin rebelarnos, que hemos buscado con todas nuestras ganas o que ni supimos que queríamos.
Pienso sin obtener respuesta, si se trata de darnos cuenta a tiempo (¿cuándo?) del rumbo (o al menos de algunos de los rumbos) que quisiéramos escoger y cambiar el asiento del pasillo por el de ventanilla. Para que el tiempo (cuando ya quede menos) no se vuelva nuestro policía en la aduana, mirándonos desde arriba, como un juez, declarándonos irremediablemente extranjeros de nuestra propia vida y nuestros sueños.

miércoles, enero 13, 2010

de hace un año

no hago planes.
transcurro como un río subterráneo
contándome en silencio
todo aquello que haríamos:
he ido a un museo contigo
(tú no lo sabes)
me emocionó un cuadro
(pintado con manos de niño)
te susurré al oído y sonreíste.
al salir a la calle
tan sólo estaba la sombra del museo sobre el agua.
tú ya eras otra vez ausencia,
cuadro sin título
en la memoria.

viernes, enero 08, 2010

tristeza, sin dramatismos

Creí que ya no iba a estar triste.
Supuse ilusamente que con tantas idas y vueltas y tanta lágrima y tanta reconstrucción del muro y tanto no entender, la tristeza pasaría de largo, cansada de que la invoque este destino que parece imposible de cambiarse.
Sin embargo.
La tristeza viene y se instala, sube por los bajos de mis pantalones, como el agua de los charcos cuando llueve.
Ya no quiero estar triste. Pero tampoco quiero negar esto aunque sea incomprensible.
Y otra vez recogeré la ropa y bajaré las escaleras. Otra vez miraré las fotos como si fuera la última vez. Otra vez pensaré qué manera más tonta de llenar de goteras ese sentimiento. Otra vez procuraré no pensar en sus ojos. Otra vez haré eternos y silenciosos discursos por las noches con todo lo que querría decirle, con el sueño alrededor de la cama, agotado, esperando que le haga un sitio en medio de mi insomnio de vuelta y vuelta.
Otra vez escribiré cosas como estas, inútiles, intentando camuflar con conceptos lógicos y palabritas, este dolor repetido y todos sus fantasmas.