domingo, junio 29, 2008

la niebla

En la casa de la montaña teníamos nuestra propia nube de niebla. Silbábamos y venía, esponjosa y húmeda, y se quedaba enganchada en la chimenea del tejado, a veces luchando contra el viento que quería deshacerla o llevársela.
La nube daba a nuestros días un cierto aire a lo cumbres borrascosas: atemporales, mágicos y trágicos (de a ratos). En medio del verano, cuando el resto del mundo se asaba, nosotras dudábamos de la existencia del sol porque no lo veíamos. Si nos daba morriña o algún otro sentimiento raro (porque cuando no se ve ni a dos metros hacia afuera no queda otra escapatoria que mirar hacia adentro), silbábamos y la niebla se iba a dar la vuelta a la manzana. Algunas aprovechaban ese rato para dar un paseo sin tropezarse y otras poníamos los libros a secar en la cuerda de la ropa.
Convivir con la niebla no es fácil, pero a veces resulta necesario. Por eso, al volver, cada una se cogió su trocito de nube, lo guardó en su maleta y se lo trajo a esta ciudad tan despejada, por si acaso.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

guardé un trocito a mano, por si un día quisiera subirme y correr sin necesidad de final, o acaso esconderme detás de ella y esperar a que salga el sol para perderme aún mas

13:23  
Anonymous Anónimo said...

Yo tambien guardé un poquito, por si caigo, caer blandito

22:31  

Publicar un comentario

<< Home